Hoy prisa no teníamos, lo que sí padecíamos era una gran resaca. La noche había sido larga y no habíamos dejado ni gota de licor de yerbas. La gran ventaja del albergue de la Xunta en Finisterre es que te dan un código para entrar por la noche cuando quieras. No sabemos si hubo roncadores o no, quizás ese fue nuestro fallo en etapas anteriores, ponernos hasta las trancas de orujo para no oír a nadie jejeje. Cuando conseguimos levantarnos recogimos las cosas y nos fuimos a desayunar. No hay nada mejor que un buen desayuno por la mañana, unos croissants con mermelada, zumo de naranja y café con leche. Muchos de los que se iban a Muxía aparecieron por allí para un último adiós, otros nos emplazamos para tomar algo más tarde.
La tarea de por la mañana era buscar un albergue. Ya en el de la Xunta nos habían recomendado uno, que por 12 euros nos daban también desayuno. Lo encontramos a pocos minutos del albergue de la Xunta, en la calle principal. Ya de entrada nos gustó bastante, un sitio amplio y muy limpio con taquillas para guardar nuestras pertenencias. Y tuvieron el detalle de ofrecernos un café a los que estábamos allí. Mientras esperábamos, fueron llegando nuestros compañeros de ruta. Aquello parecía la ONU, alemanes, holandeses, americanos, y un japonés. Este último todavía no sabía si se quedaría o no, tenía la feliz idea de ir a dormir a la playa. Ya nos dijo la dueña que días atrás se había muerto uno intentando dormir en la playa.
Una vez dentro nos dimos una buena ducha y a patear Finisterre. El día no había amanecido muy bueno, así que nuestro gozo en un pozo de poder bañarnos en el Atlántico. Aun así Finisterre es un sitio impresionante; paisajes de ensueño, playas de arena blanca, acantilados, una gran riqueza cultural y un largo etcétera.